sábado, 15 de marzo de 2008

Crítica del álbum "Islands", de King Crimson (1971)

Título: Islands.
Intérprete: King Crimson.

Año
: 1971
Género
: Rock Progresivo/ Art Rock
Calificación
: 4.5 / 5

Casi 3 años después de su debut como teloneros de los Rolling Stones en el mítico concierto del Hyde Park en Junio de 1969, King Crimson sacó al mercado su cuarto disco “Islands”, que supuso el punto y final a su primera etapa, la más experimental y jazzística. Si “In the Court of the Crimson King” supuso un salto cualitativo en la concepción de la música rock, “Islands” representa la cristalización de las ideas musicales que se barruntaban en “In the Wake of Poseidon” y “Lizard”. La temática se basa en pasajes musicales inspirados en las Islas Baleares, que el letrista y poeta Peter Sinfield conocía muy bien.

Impresionante, embelesadora, virtuosa y sutil, “Islands” es un verdadero alarde de genio instrumental al servicio del concepto. El disco, cuya temática gira en torno a la idea de la isla como ideal psicológico, se nos presenta como un todo descompuesto en partes que va cobrando sentido a medida que se descubre, provocando una sensación de plenitud al finalizar, y que permite al que lo escucha bucear en un mundo de sensaciones evocadoras como pocas obras han conseguido hacerlo a lo largo de la historia de éste género. Es un disco que resulta diferente a cada escucha, y dependiendo de las condiciones iniciales de ánimo en las que se encuentre el oyente, éste se dejará guiar por los senderos de una de las mil historias diferentes que laten en esta obra maestra. Pieza clave es la calidad de los intérpretes, que forman una suerte de pequeña orquesta cuya riqueza es uno de los puntos fuertes del disco. Destacan instrumentistas como Burrel (voz y bajo), Mel Collins (saxos, flautas y voces), el padrino del proyecto Robert Fripp (guitarras, melotrón y harmonium), Ian Wallace (batería, percusión y voces), y Peter Sinfield. Además se requirieron cornetas, oboes y sopranos para la interpretación de algunos temas.

El disco abre con Formentera Lady, que estrena un contrabajo con arco de Harry Miller al que se le suma una flauta y el piano para finalizar con la percusión. Burrel comienza a cantar la primera estrofa, y se reitera el esquema pero añadiendo la guitarra y la batería que permiten cambiar el tempo y dejar a Collins fijar el estribillo con el saxo. La segunda estrofa nos sorprende con una guitarra acústica de Fripp que se desdobla, y a partir de ahí la canción se ramifica entre persecuciones de saxo y voz. De pronto comienza a nacer entre aullidos extraños la base rítmica del siguiente tema. Sin más dilación nos sumergimos en Sailor´s Tale, ejecutado al más puro estilo progresivo de la primera etapa crimsoniana. Enmarcado en un crescendo conducido por un pegadizo ritmo de bajo se exprimen los gemidos de un saxofón alto acompañado por los delirios a la guitarra de Fripp, que desembocan en una calma aparente donde de nuevo se reitera la guitarra con un eco de pesadilla que, al final, provoca la chispa que torna la quietud rítmica en una explosión de texturas instrumentales, volviendo a la idea del comienzo pero sobre el fondo de un evocador melotrón. El ritmo que impone la batería es infernal, heredado del jazz pero elevado a la enésima potencia, incluso en el juego con los platos. El caos nos conduce sin solución de continuidad a la indefinible The Letters, en la que se alterna la agresividad de la guitarra combinada con un diálogo de saxo, que incrementa su crudeza hasta derivar en Ladies of the Road, sin duda una de las joyas del disco, que trata el tema de la groupies. Se incorporan de forma progresiva y jerarquizada por las estrofas de Sinfield, la guitarra primero, seguida de la voz, pandereta, bombo, contundente batería y un tórrido saxo al que se le añade una línea de bajo. Se le cede la palabra a Burrel, que canta como nunca, llegando a sobreactuar y encabezando unas sorprendentes armonías vocales apoyadas por Collins y Wallace al más puro estilo Sargent Pepper’s. Sencillamente magistral, una alternancia de interpretación vocal beateliana incrustada en la expresividad de un canto de cisne desgarrado sostenido por la dulzura de la flauta travesera. Impresionante es el final, donde se produce el duelo de titanes entre el saxo de Collins y la guitarra de Fripp.

Llegamos a la preciosa Song of the Gulls, una pieza de corte neobarroco para cuerda, pizzicatos incluidos, donde los integrantes demuestran su ingente formación musical. El disco finaliza con Islands, auténtico cuadro impresionista que rememora los atardeceres en Formentera. El sol se evapora en el océano entre leves notas de piano. La voz angelical y los instrumentos de viento generan un velo de melancolía sobre el espacio, pero con un atisbo de esperanza nimio, pero suficiente para que se cambie el ánimo a través del canto iniciático del saxo y un melotrón ascendente…Flauta, estribillo, oboe, corneta, estribillo… y cuando se agota todo se disuelve para dejar paso a un minuto en blanco en cuyo final puede escucharse una coda donde los músicos afinan instrumentos de cuerda, se oye un chirriar y hasta un metrónomo… y es que en King Crimson hasta el ruido suena bien.

Rock progresivo, improvisaciones jazzísticas…pasajes de violencia y quietud…cambios de ritmo constantes que se mueven sobre espirales de ideas reiteradas hasta la extenuación. Virtuosismo instrumental interpretado para almas sedientas de emociones imposibles de transmitir sólo con palabras. Un genio desbordado que nos brinda belleza en estado puro.


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